Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA DE NUEVO MÉXICO



Comentario

CANTO TERCERO
Como por si solos, los españoles tuuieron principio, para descubrir la nueua Mexico: y como entraron, y quienes fueron los que primero pretendieron, y pusieron por obra la jornada

Blason gallardo, y alto, es el trabajo,

De aquella ilustre fama memorable,

Que en la triunfante Corte soberana,

Y militante aluergue que viuimos,

Sabemos que se anida, y se atesora,

Mediante aquellos heroes valerosos,

Que su inmortal vandera professaron,

Cuia alta zima, y cumbre poderosa,

Podeis notar señor incomparable,

Que por escudo heroico y sublimado,

Quiso aquel poderoso Dios eterno,

Que por alterza grande y triunfo el hombre,

que en Trinidad y essencia representa,

Su beldad propria y alta semejança,

Sacada de su mismo ser al viuo,

Le guardase, y del mucho se estimase,

Si todas las mas cosas desta vida,

Seguras en buen puerto ver quisiesse,

Y assi no se vera ningun trabajo,

Si con heroico pecho es recebido,

Que en èl el mismo Dios no resplandezca,

Mostrandonos patente la belleza,

De sus notables hechos y prohezas,

Y esto quales resplandecientes soles,

Alla en el quarto cielo lebantados,

Con no pequeño assombro nos mostraron,

Despues que en la Florida se perdieron,

Por aquel largo tiempo prolongado,

El grande negro Esteuan valeroso,

Y Cabeça de Vaca memorable,

Castillo, Maldonado, sin segundo,

Y Andres Dorantes mas auentajado,

Todos singularissimos varones,

Pues en la tempestad mas fiera y braua,

De todas sus miserias y trabajos,

Por ellos quiso obrar la suma alteza,

Vna suma gradiosa de milagros,

Y como su Deidad con solo aliento,

Infundio espiritu de vida al hombre,

Y a otros sanò venditos de tu mano,

Assi passando aquestos valerosos,

Por entre aquestas barbaras naciones,

No solo a sus enfermos los sanauan,

Lisiados, paraliticos, y ciegos

Mas dauan tambien vida a sus difuntos,

Con solo vendicion y aliento santo,

Que por sus santas bocas respirauan,

Pitima viua, atriaca y medicina,

Que solo en la botica milagrosa,

Del poderoso Dios pudo hallarse,

Por cuya virtud alta y soberana,

Suspensos los Alarabes incultos,

Assi como si fueran dioses todos,

Vna vez por tributo y vassallage,

Les consagraron, dieron, y ofrecieron,

Passados de seyscientos coraçones,

De muchos animales que mataron,

Que no es pequeño pasmo y marauilla,

Que gente bruta, barbara, grossera,

De todo punto viesse y alcançase,

Que con razon no mas que coraçones,

Deuen sacrificarse y ofrecerse,

A los que semejantes obras hazen,

Porque no obstante que es porcion pequeña,

Para satisfacer la debil hambre,

De vn milano flaco acobardado,

Nadie ignora el gran ser de su nobleza,

Pues siendo en si tan corto y encogido,

Sabemos que no cabe en todo el mundo,

Y en el abreuiado que es el hombre,

El es la primer vasa y fundamento,

Que da calor de vida al artificio,

De todo el edificio milagroso,

Y es en si tan heroica su grandeza,

Que como es fuerça passe y se registre,

Por vna de las salas del juzgado,

En cuio puesto assisten los sentidos,

Lo que a la suma alteza y excelencia,

Del bello entendimiento se propone,

Assi no puede ser que llegue cosa,

Que le hiera y de muerte le lastime,

Sin que primero acabe y se destruia,

El mundo breue, y toda su grandeza,

Porque èl es el postrero que fenece,

Y el que postrero pierde el mouimiento

Y assi en el, como en hermoso templo,

La magestad del alma se aposenta,

De donde al poderoso Dios embia,

Sus santas y deuotas oraciones,

Sus obras, pensamientos, y alegria,

Su verdadero amor, y su tristeza,

Sus lagrimas, suspiros y gemidos,

Y assi como abundante fuente villa,

De donde manan cosas tan grandiosas,

A solo Dios el coraçon se deue,

Sacrificar en todas ocasiones,

Y a todos los demas varones fuertes,

Que sus venditos passos van siguiendo,

Notando el sacrificio inestimable,

Destos rusticos baruaros salbages,

Que tantos coraçones ofrecieron,

A estos quatro famosos que en sus tierras,

Por tiempo de nueue años trabajados,

Vn millon de miserias padecieron,

Al cabo de los quales aportaron,

A la Prouincia calida famosa,

De Culiacan que en otros tiempos nobles,

Muy nobles caualleros la poblaron,

En cuyo puesto y siglo de oro illustre,

Aquel humilde Prouincial celoso,

De la orden del serafico Francisco,

Que fray Marcos de Niça se llamaua,

Auiendole bien dellos informado,

Por auer descubierto cierta parte,

Destas nueuas Regiones escondidas,

Y como ya alcançaua de los Indios,

La razon que atras queda referida,

Que salieron que aqui los Mexicanos,

Qual famoso Colon, que nueuo Mundo,

Dio a vuestra Real corona de Castilla,

Assi determinò luego de entrarse,

Por cosa de dozientas leguas largas,

Con solo vn compañero confiado,

En aquel sumo bien que nos gouierna,

Y por enfermedad que a el compañero

Sobrebino, fue fuerça se quedase,

Y èl se entro con diuino y alto esfuerço,

Con cantidad de barbaron amigos,

La tierra adentro, y como aquel que halla,

Vn rico y preciosissimo tesoro,

Cuya abundancia fuerça y le combida,

Que buelua con presteza por socorro,

Assi el gran Capitan de pobre gente,

Con grande priessa roboluio diziendo,

Notables excelencias de la tierra,

Que auia visto, notado y descubierto,

Y como no ay en todo el vniuerso,

Cosa que mas parezca y represente,

La magestad de Dios, como es el hombre,

Como si fuera Dios emprende cosas,

Que a solo Dios parece se referuan:

Y assi podeis notar Rey poderoso,

Que teniendo de aquesta nueua tierra,

Copiosa relacion de aqueste santo,

Y heroico Religoso de Franciscos,

Aquel grande Cortes, Marques del Valle,

Despues de auer sulcado la brabeza,

Del ancho brauo mar, y echado a fondo,

Las poderosas naues de su flota,

Hecho de tanto esfuerço y ossadia,

Tan qual nunca abraçò varon famoso,

Lleuado del valor illustre y alto,

De sola su persona no domada,

Que ya por todo el Orbe no cabia,

No porque no esta bien desengañado.

Que solo siete pies de tierra sobran,

Mas descubrir por cada pie pretende,

Vn nueuo Mundo, y ciento si pudiesse,

Para mejor subir el edificio,

De nuestra santa Iglesia, y lebantarle,

Por estas tierras barbaras perdidas,

Pues poniendo la proa de su intento,

Para largar al viento todo el trapo,

Siguiendo desta impressa la demanda,

Como amar, y Reynar jamas permiten,

Ninguna competencia que les hagan,

Sucedio lo que al muy famoso Cesar,

Con el brabo Pompeio, sobre el mando,

Que cada qual por fuerça apetecia,

Porque le contradijo don Antonio,

Primero Visorrey de nueua España,

Diziendole que a el solo la jornada,

Como a tal Visorrey le competia,

Cortando el apretado y ciego ñudo,

Que de amistad antigua y verdadera,

El vno con el otro professauan,

Mas Dios nos libre quando quiebra y rompe,

Interes, y que puede atrabesarse,

Porque al punto que quiere embrauecerse,

No ay Rey, razon, ni ley, ni fuerça tanta,

Que a su furor diabolico resista,

Y assi dize muy bien el Mantuano,

O sacra hambre, de riquezas vanas,

Que desbenturas ay a que no fuerces,

Los tristes coraçones de mortales,

Y ponele este nombre sacrosanto,

Grandioso, soberano, y lebantado,

Porque ningun mortal jamàs se atreua,

Emprenderla jamas contra justicia,

Mas como nos aduierte la Escritura,

Quien ferà aqueste, y alabarle hemos,

Por auer hecho en vida marauillas,

Pues porfiando los dos sobre esta causa,

Como si fueran dioses poderosos,

Cada qual pretendia y procuraua,

Rendir a todo el mun si pudiese,

Y vista aquella causa mal parada,

Al punto procurò el Marques heroico,

Por ser del mar del Sur Adelantado,

Que por este derecho pretendia,

Y alegaua ser suya la jornada,

Y assi por no perderla, ni dexarla,

Vino a tomar de España la derrota,

Para tratar con la imperial persona,

De vuestro bien auenturado Abuelo,

Carlos Quinto de toda aquesta causa,

Tuuo de los imperios mas notables,

Reynos y señorios desta vida,

La suprema y mas alta primacia,

Siendo amado, acatado, y estimado,

De todo lo que ciñe el vniuerso,

Pues luego que dio fin a su carrera,

Y recogio las velas destroçadas,

De aquel largo viage trabajoso,

Qual naue poderosa que da fondo,

En desseado puerto, y al instante,

La vemos yr a pique y sin remedio,

Assi llegò la cruda y feroz muerte,

Diziendo en altas vozes lebantadas,

A ninguno perdonò y puso pazes,

Quitandole de vista la jornada,

Y con horrible imperio poderoso,

Al punto le mandò se derrotase,

Tomando sin escusa, y sin remedio,

Aquel mortal y funebre camino,

Tan trillado y seguido de los muertos,

Quanto jamas handado de los viuos,

Y mas de aquellos tristes miserables,

Que vida prolongada se prometen,

Y como muchas vezes acontece,

Que con descuido suele deslizarse,

Vn regalado vaso de las manos,

Dexandonos muy tristes y suspensos,

Y casi sin aliento boqui abiertos,

De verle por el suelo destroçado,

Assi causò grandissima tristeza.

Assombro, pasmo, miedo y sobresalto,

El ver aquel varon tendido en tierra,

Resuelto todo en poluo y vil ceniza,

Siendo el que auentajò tanto su espada,

Que sugetò con ella al nueuo mundo,

Mas quiè serà señor aquel tan fuerte,

Que a la furiosa fuerça de la parca,

Pueda su gran braueza resistirla,

Si a Reyes, Papas, y altos potentados,

Por funebres despojos y trofeos,

Debajo de sus pies estan postrados,

Mas que mucho si al hijo de Dios viuo,

Sabemos todos le quitò la vida,

Por cuya causa cada qual se apreste,

Pues fin remedio es fuerça que se rinda,

Y fin vital espiritu se postre,

Debajo de su pala y fuerte azada,

Con esto Don Antonia de Mendoza,

Tomò y quedò por suyo todo el campo,

Qual aquel que a su gran contrario dexa,

En èl tendido palido y el alma,

Del miserable cuerpo desassida,

Y para descubrir mejor el blanco,

Valiose del tercero dòn diuino,

Que es quien mas bien nos lleua y encamina,

Qual refulgente luz que nos alumbra,

Con cuia claridad tornò consejo,

Con aquel gran varon noble famoso,

Que Christoual de Oñate se dezia,

Persona de buen seso y gran gouierno,

Y vno de los de mas valor y prendas,

Que de capa y espada en nueua España,

Y reynos del Piru auemos visto,

Al qual pidio su parecer y voto,

Acerca del soldado mas gallardo,

Sufrido, astuto, fuerte, y mas discreto,

Que le fuesse possible que escogiese,

Para solo ocuparle y encargarle,

Que por explorador de aquesta entrada,

Con treinta buenos hombres se aprestase,

Antes que todo el campo se partiese,

Y como el buen fin tanto se adelanta,

Quanto el principio es mas bien acertado,

Qual vn agudo lince que trasciende,

O Aguila Real que fin empacho,

El mas brauo rigor del Sol penetra,

Assi con gran presteza luego dixo,

Poniendole delante la persona,

De aquel Iuan de Zaldibar su sobrino,

Soldado de verguença, y tan sufrido,

Quanto para vna afrenta bien prouado,

Al qual fin mas acuerdo le encargaron,

Vna gallarda esquadra de Españoles,

Que treinta brabas lanças gouernauan,

Con estos se metio la tierra adentro,

Por donde les corrio muy gran fortuna,

Y tempestad deshecha de trabajos,

Tan esforçados viuos y alentados,

Que solo su valor pudo sufrirlos,

Y en el inter el diestro Mendocino,

Preuino como astuto gran socorro,

Formando vn gruesso campo reforçado,

De bella soldadesca tan vizarra,

Quanto mas no pudieron esmerarse,

Aquellos que llegaron y pusieron,

El belico primor en su fineza,

Pues viendo esta belleza lebantada,

Con ellos se boluio el santo Niça,

Prouincial de pobissimos Franciscos,

Por solo que tuuiesse franca entrada,

La voz de la Euangelica doctrina,

Entre estos pobres barbaros perdidos,

Y porque el cuerpo humano destroncado,

Y puesto sin cabeça es impossible,

Que pueda bien mandarse y gouernarse,

Nombraron por gouierno deste campo,

A vii grande cauallero que Francisco,

Vazquez de Coronado se dezia,

Persona de valor y grande esfuerço,

Para cosas de punto y graue peso,

Y porque reberencia le tuuiessen,

Con titulo de General illustre,

Quisieron illustrar a su persona,

Y honrrandole el Virrey en quanto pudo,

Para mas alentar aquesta entrada,

En persona salio haziendo escolta,

Hasta poner el campo en Compostela,

De la Ciudad de Mexico apartada,

Largas dozientas millas bien tendidas,

Donde vino a salirles al encuentro,

El Capitan Zaldibar quebrantado,

Del aspero camino trabajoso,

Que vino de explorarle y descubrirle,

A fuerça de armas, hambre, y sed notable,

Y otros muchos trabajos que no cuento,

Que por inormes pàramos sufrieron,

Y diziendo al Virrey que aquella tierra,

Que auia visto, notado, y descubierto,

No le parecia nada auentajada,

Respecto de ser pobre y miserable,

Y de rusticos barbaros poblada,

Mas que no fuesse parte todo aquesto,

Para que vn solo passo atras boluiesse,

Porque donde se pierde la esperança,

Alli los mas solicitos monteros,

Suelen con mucho gusto y passatiempo,

Lebantar sin pensar muy grande caza,

Y como para el bien jamas le falta,

Quien lo impugne, resista y contradiga,

No faltò quien dixese y atizase,

Ser pobrissima tierra, y que por serlo,

Era terrible caso que aquel campo,

En cosa tan perdida se ocupase,

Al alma le llegò al Virrey la nueua,

Mas como muy prudente y recatado,

Considerando que de vn grande hierro,

Suele salir vn grande acertamiento,

Desimulose todo lo que pudo,

Y assi como en el subito peligro,

Se deue aconsejar con gran presteza,

Aquel que viue del mas descuidado,

Sin dilación mandò que se pusiese,

Grandissimo silencio y se callase,

Todo lo referido, sin que cosa,

Quedase para nadie descubierta,

Pues con esto era fuerça que el peligro,

De deshazerse el campo se venciese,

Cuia preuencion hizo, porque el gasto,

Estatua ya perdido y consumido,

Con cincuenta mil pesos de buen oro,

Que Christoual de Oñate quiso darle,

Prestandolos con pecho generoso,

Por solo que esta entrada se hiziesse,

Y que seria possible si se entrase,

Segunda vez que fuesse de prouecho,

Y corno siempre suele auentajarse,

Al cansado montero la porfia,

Porfiando mandò que luego al punto,

El nueuo General diesse principio,

A lebantar el campo, y que marchase,

Y auiendose de todos despedido,

Tomò el Virrey de Mexico la buelta,

Y el Real fue tornando su derrota,

Con grande furia y fuerça de trabajos,

Los quales los lleuaron y aportaron,

A los pueblos de Cibola llegados,

A otros circunuezinos comarcanos,

Donde el gran padre Niça y los Floridos,

Y el capitan Zaldibar con su esquadra,

Llegaron y boluieron con la nueua,

En cuio puesto el general gustoso,

De ver aquella tierra, mandò luego,

Que grandes fiestas todos ordenasen,

Y haziendose assi, salio en persona,

En vii brabo cauallo poderoso,

Y en vna escaramuça que tuuieron,

Batiendo el duro suelo desembuelto,

Desocupò la silla de manera,

Que del terrible golpe atormentado,

Quedò de todo punto fin juizio,

Y assi como los miembros adolecen,

Luego que en la cabeça sienten falta,

Y cada qual dispara y no gouierna,

Assi la soldadesca viendo estaua,

La fuerça del gouierno zozobrada,

Destroncada y enferma luego quiso,

Teniendo tanta tierra en que estenderse,

Parar con el trabajo y cercernarle,

Y assi juntos a vna, y en vn cuerpo,

Qual aquel que de hecho desespera,

Assi dieron de mano a la esperança,

Verdadero remedio de los fines,

Que con grandes cuidados pretendemos,

Y fin ver que mejor le vbiera sido,

A todo aqueste campo disgustoso,

No auer dado principio aquella impressa,

Que boluer las espaldas vergonzosas,

Auiendose vna vez metido dentro,

De la dificil prueua y estacada,

Con toda aquesta lastima furioso,

Reboluio con grandissima presteza,

Las presurosas plantas desembueltas,

Y aunque muchos quisieron como buenos,

Resistirlos a todos con razones,

Y fuerça de palabras eficaces,

Del santo Prouincial faborecidas,

Y amparadas tambien por don Francisco,

De Peralta grandissimo guerrero,

Y del gallardo pecho del Zalbidar,

Y de aquel cauallero insigne y raro,

Don Pedro de Tobar Padre de aquella,

Illustre, bella, y generosa dama,

Tan cortes, como grande cortesana,

Doña Ysabel en cuio ser se encierra,

Vna virtud profunda lebantada,

Al soberano amor en que se enciende,

Valiendose del martir abrasado,

En cuio templo vemos que se abrasa,

Y como viua brasa se consume,

En amoroso fuego del esposo,

Que es vida de su vida y alma vella,

Todas illustres prendas heredadas,

De su esforçado padre valeroso,

El qual con otros muchos caualleros,

Instauan porque el campo no boluiese,

Y como siempre el bulgo, y chusma torpe,

No admiten lo que es fuera de su gusto,

Sin hazer de ninguno cuenta alguna,

Fue tanta su dureza y pertinacia,

Que con muy grande perdida notable,

Boluieron las espaldas al trabajo,

Porque como no entraron tropezando,

Con muchas barras de oro, y fina plata,

Y como vieron que las claras fuentes,

Arroyos y lagunas no vertian,

Doradas sopas, tortas, y rellenos,

Dieron todos en maldecid la tierra,

Y a quien en semejantes ocassiones,

Quiso que se metiesen y enrredasen,

Y assi todos cuitados y llorosos,

Como si fueran hembras se afligian,

Cuia vageza digna de deshonrra,

Con que estos sus personas infamaron,

Lebantando las manos del trabajo,

Que es fuerça que en la guerra se padezca,

Serà bien se suspenda a nueuo canto,

Si auemos de escreuir su triste llanto.